El acto de cocinar se enfrenta hoy a nuevos desafíos: destacar en las redes, seguir tendencias globales y competir en un mercado saturado. ¿Dónde queda el sabor verdadero?
Hace tiempo que las fichas del nuevo tablero ya están jugadas en la gastronomía nacional actual. Mientras grandes listas como The 50 Best o la Guía Michelin imponen estándares confusos en la competencia por el reconocimiento, las redes sociales parecen conspirar contra lo artesanal, desviando el foco de la comida y la bebida hacia la moda textil y el diseño de marcas.
Las enormes inversiones, en muchos casos irrecuperables, dejan fuera a numerosas propuestas humildes, que no por ello son menos sabrosas.
Parte de la generación actual parece haber adoptado como estandarte la motivación personal y profesional basada en la cantidad de seguidores o «likes» que obtienen sus publicaciones. Focos frívolos, sí, pero de gran utilidad para el negocio. La baraja se ha ampliado: ya no basta con saber cocinar o servir; hoy es imprescindible saber venderse, conquistar un nicho propio y explotarlo.
Sin embargo, al regirse por las mismas tendencias de Instagram o los libros de moda, pareciera que las cartas, ingredientes y técnicas son las mismas en todos los restaurantes de una misma línea. Solo unas pocas excepciones logran deslumbrar, generando propuestas auténticas y confiables, expresiones sinceras y puras que no buscan agradar a nadie en particular, sino simplemente servir con honestidad.
La pregunta ya no es ¿Dónde lo aprendiste?, sino ¿Dónde lo viste?, ¿Dónde lo leíste? Sigo creyendo fielmente en cocinar y servir desde los instintos, entregando lo vivido, regalando una expresión personal.
Dejo aquí, como reflexión de la semana, una invitación a profundizar en nuestras raíces y hurgar en nuestra experiencia para dar forma a una identidad original, sin seguir modas pasajeras.
Salud y buen provecho,
El fantasma de la Ópera.


